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El Real Madrid declara por decimocuarta

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Je t'aime, Madrid. Je t'aime, Real. De esa forma le llaman cuando se aleja de las murallas del Bernabéu como un tercio español perdido en el tiempo. Je t'aime, le susurra esta París como una amante atrapada en las contradicciones, que se equivoca como una primeriza y mancha una final, al mismo tiempo que muestra la silueta de su desnudo imperial a este equipo que es un imperio en sí mismo. París aparece en su historia como en el álbum de fotos de una pareja de enamorados, desde aquel 1956 hasta este 2022, en blanco y negro, y color. La Decimocuarta no lo cierra, eso jamás, porque esta pasión es más larga que una vida. Es un amor eterno: La Copa de Europa, la Champions. Mbappé ha decidido no aparecer en sus páginas, fiel al París en el que nació y fiel al París que paga con pólvora de emires, pero infiel al París que ama y siente cualquier grandeza como propia, con sus aciertos y sus errores. Es como el Madrid, tejida su identidad por una legión de futbolistas de fortuna, desde Di Stéfano y Puskas a Benzema, Vinicius o Courtois, clavado en Saint Denis como el estandarte del tercio. Es universal. Es para quererlo.Lo cantaba su gente en Notre Dame como en el Stade France, todos en su sitio sin retrasos, y lo canta en Cibeles, dos diosas, sean cristianas o paganas. No importa. El fútbol es una religión que no necesita altares ni servidumbres y el Madrid es su mayor acto de fe, ante el que la razón cae derrotada. Esta Champions es la prueba, en su camino y en su forma de conquistarla en la final frente a un Liverpool dominador del juego, sujeto de Courtois como de un mástil hasta encontrar el rastro de sangre que siguió Vinicius, mitad guepardo, mitad hiena.A ganar, no a jugar, partieron los de Carlo Ancelotti, convertido en el único entrenador con cuatro Champions. Tan confiado está el Madrid en que aparecerá su oportunidad que no quiso intercambiar golpes. Una estrategia que intenta evitar los riesgos, porque cierra espacios al rival, pero que engendra otros males derivados de entregarle la pelota. A los de Jürgen Klopp les gusta la estampida, pero no había pradera. El ataque posicional no pone tanto en valor las condiciones de Luis Díaz o Mané, que se despliegan de la misma forma que lo hace un látigo, pero el Liverpool tiene, por supuesto, calidad para crear peligro en cualquier situación.

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Je t'aime, Madrid. Je t'aime, Real. De esa forma le llaman cuando se aleja de las murallas del Bernabéu como un tercio español perdido en el tiempo. Je t'aime, le susurra esta París como una amante atrapada en las contradicciones, que se equivoca como una primeriza y mancha una final, al mismo tiempo que muestra la silueta de su desnudo imperial a este equipo que es un imperio en sí mismo. París aparece en su historia como en el álbum de fotos de una pareja de enamorados, desde aquel 1956 hasta este 2022, en blanco y negro, y color. La Decimocuarta no lo cierra, eso jamás, porque esta pasión es más larga que una vida. Es un amor eterno: La Copa de Europa, la Champions. Mbappé ha decidido no aparecer en sus páginas, fiel al París en el que nació y fiel al París que paga con pólvora de emires, pero infiel al París que ama y siente cualquier grandeza como propia, con sus aciertos y sus errores. Es como el Madrid, tejida su identidad por una legión de futbolistas de fortuna, desde Di Stéfano y Puskas a Benzema, Vinicius o Courtois, clavado en Saint Denis como el estandarte del tercio. Es universal. Es para quererlo.Lo cantaba su gente en Notre Dame como en el Stade France, todos en su sitio sin retrasos, y lo canta en Cibeles, dos diosas, sean cristianas o paganas. No importa. El fútbol es una religión que no necesita altares ni servidumbres y el Madrid es su mayor acto de fe, ante el que la razón cae derrotada. Esta Champions es la prueba, en su camino y en su forma de conquistarla en la final frente a un Liverpool dominador del juego, sujeto de Courtois como de un mástil hasta encontrar el rastro de sangre que siguió Vinicius, mitad guepardo, mitad hiena.A ganar, no a jugar, partieron los de Carlo Ancelotti, convertido en el único entrenador con cuatro Champions. Tan confiado está el Madrid en que aparecerá su oportunidad que no quiso intercambiar golpes. Una estrategia que intenta evitar los riesgos, porque cierra espacios al rival, pero que engendra otros males derivados de entregarle la pelota. A los de Jürgen Klopp les gusta la estampida, pero no había pradera. El ataque posicional no pone tanto en valor las condiciones de Luis Díaz o Mané, que se despliegan de la misma forma que lo hace un látigo, pero el Liverpool tiene, por supuesto, calidad para crear peligro en cualquier situación.

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